Leandro Azzolin es uno de los primeros preppers del país. Sus inicios en esta actividad. Cómo prepara a sus hijos para una emergencia
La mochila descansa en el placard. Siempre lista. Ni el polvo, ni el tiempo, ni el escepticismo de los ajenos alteran su propósito. Ese equipaje es el corazón de su actividad. La certeza de que, en cualquier momento, la normalidad puede ser solo un espejismo. Nadie lo sabe mejor que Leandro Azzolin, pionero argentino del movimiento prepper—los preparacionistas—que aprendió a ver en las grietas del presente la sombra de las catástrofes por venir.
Por años, quienes advertían sobre el colapso del mundo eran vistos como excéntricos. El personaje marginal de películas distópicas. Los preppers obsesivos, esperando la guerra nuclear, el meteorito fatal. Hasta que el planeta se apagó de golpe en 2020: el mundo entero encerrado, ojos a la televisión, respirando miedo y lejía. La pandemia de coronavirus cambió la lógica de lo posible: transformó a los preppers de locos anónimos en oráculos involuntarios. Después vinieron más señales: la guerra en Ucrania con el espectro nuclear, inundaciones que devastaron Bahía Blanca, apagones generales, terremotos que partieron ciudades en dos. La línea entre desastre improbable y amenaza cotidiana se disolvió al ritmo de los noticieros.
Revelaciones en una clase de abogacía
El origen de la transformación de Leandro Azzolin es una escena trivial, de esas que se pueden perder en el ruido de un día común. Aula universitaria, año 2006. Un profesor menciona las profecías mayas, con ese tono a medio camino entre la ironía y el temor. “¿Y si es verdad?” suelta el docente. Y esa frase —desprendida como una broma— obra en Azzolin el efecto de un rayo. No hacía falta la destrucción visionaria de Nostradamus: bastaba con aceptar la fragilidad.
Lo primero fue literal: armó una mochila de supervivencia. “La tengo preparada siempre en mi placard. Y luego también se sumaron a esto mi pareja y mis hijos. Cada uno tiene la suya,” revela Leandro en diálogo telefónico con Infobae.
Cada artículo de esa mochila ligera cumple una función precisa: elementos para encender fuego, purificadores capaces de limpiar tres litros de agua, raciones compactas que alcanzan para cinco días, un botiquín de primeros auxilios. “También una carpa chica o una lona para hacer un refugio —explica Azzolin—. Además, una bolsa de dormir, puede ser una opción o una manta polar. En el caso de mis hijos, es una mochila mucho más liviana con juguetes de apego y algunas golosinas, por ejemplo.”
El paso siguiente, más ambicioso, se vuelve casi quijotesco: llenar toda una alacena. “Tengo alimentos que me alcanzan hasta para seis meses sin comprar nada —cuenta el prepper—. También, cuento con paquetes de semillas para hacer huertas y poder autosustentarme en caso de una crisis alimentaria más grave.”

El nacimiento de los preppers
“No encontraba grupos en Argentina”, dice Azzolin, recordando esos días de soledad. Así, decide fundar el primer grupo prepper del país en Facebook: “Fue la primera página de América Latina. Ahí, desde esa red intercambiamos ideas y propuestas de capacitaciones.” El foro sirve para contarse historias, los preparativos, los miedos y las soluciones.
En ese espacio digital, los vínculos se refuerzan al calor del apremio. Cuando Leandro conoce a su actual pareja, teme la inevitable confesión: la comida acumulada, la obsesión por lo que acecha. Pero la respuesta llega simple: “Ella me dijo que también tenía latas guardadas. Lo tomó con naturalidad y enseguida se sumó.”
Preparar a los hijos sin sembrar pánico es un arte delicado. “La idea es no hacerlo todo junto para evitar que se asusten. Ellos ya cuentan cada uno con su mochila”.

Sobrevivir a la era del “facilismo tecnológico”
Azzolin ve una era marcada por el “facilismo tecnológico”, donde el confort digital adormece la conciencia del riesgo. Para él, preparar a sus hijos implica alejarlos —aunque sea unos minutos cada día— de las pantallas que prometen seguridad artificial.
“Tienen que tener un momento para la lectura o para divertirse con juguetes tradicionales. Así te das cuenta que si se corta la luz no se aburren”, sostiene Azzolin. La vida prepper se construye a base de pequeños gestos cotidianos: enseñar a un niño a no temerle a la oscuridad, volver significativo el silencio tras un apagón.
Leandro identifica los peligros propios de Argentina, lejos de guerras nucleares pero sí vulnerable a otras calamidades. “En el país no es un objetivo militar para las grandes potencias. Estamos lejos de sufrir ante la chance de una Tercera Guerra Mundial. Podemos tener crisis sociales por problemas económicos, inundaciones como las que ya sucedieron en La Plata o Bahía Blanca”, explica.

Simulacros familiares, planes y refugios
El vivir como prepper es un arte de la planificación al extremo. “Tengo un plan B y C para evacuar mi casa, en caso de problemas. La primera opción siempre es quedarse aislado en el hogar”, explica Azzolin. Cada decisión obedece a esa lógica: reducir el margen de lo inesperado.
La familia hace simulacros. Se diseñan rutas de escape y puntos de encuentro. Leandro no revela su barrio del conurbano bonaerense: proteger la información es un primer escalón de la supervivencia. “Con mi familia hacemos simulacros para que todos sepan lo que tienen que hacer en caso de una emergencia. A los chicos les avisamos que es una prueba para que no se asusten”.
El plan A implica sobrevivir en la casa principal. El plan B contempla una segunda vivienda en las afueras de la ciudad, también equipada para el aislamiento prolongado. “Para llegar allí, tengo planificados varios caminos para evitar bloqueos en caso de que existan problemas en las rutas”, detalla.
Pero el verdadero golpe de ficción dura lo dan el plan C y el refugio: un enclave ultrasecreto en algún punto remoto del país. “Está en un lugar más alejado que no voy a revelar. Y tiene capacidad para unas 150 personas —revela Azzolin—. En esos espacios, cada grupo tiene su sector en el que almacena todo lo necesario para sobrevivir aislados por varios meses si es necesario”. La imagen es casi literaria: varias familias, cada una con su zona, sus reservas, sus saberes, esperando el paso de algún desastre.
El Eternauta y la sabiduría de lo viejo
Azzolin vio la serie de El Eternauta y quedó marcado por una máxima: “lo viejo funciona”. Esa frase de Favalli que resuena como mantra prepper. El protagonista, sin buscarlo, revela el secreto: acumular objetos y saberes útiles, sobrevivir sin la ayuda de la tecnología más moderna. “Este personaje es un prepper sin saberlo quizás. Acumula objetos y tiene conocimientos que les permitió usarlos en momentos de emergencia”, sintetiza Azzolin.
“A veces lo tomamos como algo natural prender una luz —resalta el prepper—. La clave es poder sobrevivir en caso de perder ese tipo de herramientas. Ya sea poder hacer un fuego sin gas, tener iluminación o hasta una simple brújula para ubicarse si no funciona el GPS”.
Ser prepper no implica talento sobrehumano. “Es mucho más simple. A algunas personas les puede alcanzar con aprender a pescar o a hacer alimentos en conserva para que duren más tiempo en buen estado, por ejemplo”, explica Leandro. El secreto está en lo pequeño, el detalle prudente y casi invisible.

La pandemia: revancha del preparacionismo
Marzo 2020: mientras muchos compran desesperados papel higiénico y alcohol en gel, los preppers simplemente abren sus alacenas. Para Azzolin, el coronavirus funcionó como un acelerador de la historia: “Tenía la información desde antes. Los grupos de preppers de Europa ya hablaban del virus originado en China durante 2019. Además, por otros contactos ya sabía de casos antes del primer contagio que se informó en Argentina”, recuerda el hombre.
La logística estuvo aceitada desde el inicio: “Ya tenía comprado barbijos, 15 litros de alcohol en gel y comida por seis meses. En un momento determinado, antes de la decisión de la cuarentena del gobierno, les dije a mi familia ‘nos aislamos’. Mandamos una carta al colegio para avisar que los chicos dejaban de ir por la situación”, explica Azzolin. Para muchos fue el fin del mundo familiar. Para ellos, un simulacro ejecutado según el manual.
“Teníamos todo planeado de antemano. En ese momento, se notó que sirvió la planificación”. Mientras la angustia y el encierro desbordaban a la mayoría, los Azzolin hallaron en sus costumbres el visado para una paz relativa.
De la sospecha a la demanda: el auge silencioso
Lo que antes era objeto de burla se convierte, de repente, en un bien escaso: el saber anticiparse a las emergencias. Con la autoridad de quien atravesó ese umbral, Azzolin ahora ofrece cursos y asesorías a individuos y empresas que buscan un seguro para el apocalipsis.
“Algunos son poderosos y se dieron cuenta que frente a este tipo de problemas son tan vulnerables como cualquier persona”, explica. En los talleres muestra lo básico —cómo armar una mochila, conservar comida o administrar el miedo— y también lo sutil: identificar el peligro cuando todavía es un rumor a mitad de camino entre la ficción y el alerta meteorológico.
El movimiento prepper en Argentina va creciendo: alrededor de 25.000 personas, estima Leandro, ya forman parte de esta nueva filosofía de vida que no confía en el azar. La comunidad florece en pequeños foros, cursos online, redes sociales especializadas.
El mantra nunca cambia. Revisar la mochila, chequear el stock de la despensa, hablar con otros preppers de Europa y Estados Unidos sobre la coyuntura. “Me contacto con colegas de Europa y Estados Unidos que me adelantan datos —explica—. Hay que estar preparado para todo.”
Vivir bajo la premisa de que lo imposible puede suceder, y que en ese instante la diferencia entre la angustia y la esperanza dependa, quizá, de tener a mano una simple cuerda, una linterna, un manual de primeros auxilios o un puñado de semillas. “Esa es la filosofía prepper.”
www.infobae.com – PorMariano Jasovich
